Hola, amigos, muy buenas.

Llego a casa en estos momentos, reventaito tras un día de mucho curro seguido de una visita a mis amigos del CIVAC y una reunión de directiva de mi falla (Dr. J.J.Dómine-Port). Venía hacía casa diciéndome que hoy no tocaba escribir, que mañana hay que madrugar, y esas cosas. Pero joder, ha sido entrar en el blog, también el La Taberna del Puerto, leer todos los amables comentarios, correos y agradecimientos y, la verdad, me sabe mal acostarme así, como si tal cosa, como si no los hubiese leído.

Dejadme, siquiera, dar las gracias. No creo merecer tanto elogio, pero vaya, se agradecen mucho.

¿Qué preferís, la travesía P. Williams-Puerto Toro o hablamos de vinos?

Vamos a hacer una cosa, de momento os sirvo…

UNOS VINOS.

Y luego ya veremos.

A bordo llevábamos una bodega bien surtida, muy variada. Ati compra con el criterio de que haya muchos vinos, bien diferentes, de modo que pruebes vinos de diversas regiones, de diferentes uvas y te vayas formando tu criterio.

No tengo fotos de todos, solo de los de la primera noche a bordo y de un par de botellas especiales que me bebí luego por ahí, ya en tiempo de descuento del viaje.

La primera noche nos bebimos estas tres:

Las dos de Malbec, muy correctas. Más suave, más sutil, mejor paso por boca el Trapiche, más basto el Postales (que, sin embargo, es de una bodega, la Bodega del Fin del Mundo, patagónica, que tiene vinos inconmensurables, especialmente su champagne, que tuve ocasión de tomarme, en Bariloche, con unas cajas de ostras vivas, lo que allí es poco menos que un milagro). Pero bueno, este Postales es el low cost de la bodega, y, siendo muy correcto, hicimos bien en dejarlo ya para la tercera.

Ahora bien, el descubrimiento, uno de los grandes descubrimientos, fue ese Cabernet Sauvignon, Gran Reserva 2010, de Bodega San Huberto, ese «Cabo de Hornos». Cuando lo vi pensé, «vaya castaña de vino, nos lo saca solo por el nombre, lo ha comprado para hacer la gracieta» y, claro, a uno no le gustan los vinos esos de los bares de carretera con el escudo del Madrid, o del Barxa, o con la foto de Enrique Ponce. Me temí lo peor y, sin embargo, mirá vos, el «Cabo de Hornos» resultó ser un vino extraordinario. Potente, rotundo, pero en absoluto complicado de tomar. Con un postgusto laaaaaargo laaaaaaarguísimo en boca, rico en matices y contrastes frutales, pese a su mayor crianza la madera no molesta, al contrario, es bien agradable. Che, todo un señor vino.

A bordo se bebieron bastantes de «Santa Julia», (de Mendoza, la región más conocida, más popular, más importante por volúmenes, nuestra Rioja, dicho sea solo para entendernos), tanto Malbecs como Cabernets, monovarietales jóvenes, de los que no hay fotos. Es un vino muy conocido por allá, lo tienes en prácticamente cualquier restaurante, viene a ser como el Paternina de hace unos años, que estaba en todas partes. Como digo, a bordo varietales, aunque la bodega tambien hace vinos de alta gama.

Venga, robaremos una imágen:

Y, para terminar, os ofrezco dos copas, a cual mejor.

Un vino de culto, Enrique Foster, edición limitada, reserva 2003. Botellas numeradas. De nuevo Malbec, de nuevo Mendoza, pero ahora con una personalidad arrolladora. Cepas viejas, en altitudes por encima de los 1.000m., producción escasa, selección exquisita y el resultado, de escándalo. Si lo encontráis por ahí, no dejéis de probarlo, de verdad, mejor una sola botella de estas que diez de otros vinos más vulgares. La vida es demasiado corta para desperdiciarla bebiendo malos vinos. Ahí lo tenéis:

Y, por último, mi debilidad. Cada vez que viajo a la Argentina nunca dejo de beberme mi botellita de Flechas de los Andes. Lo elabora un desmayao, un tal Barón de Rothschild (lafite), probablemente el primer bodeguero de Burdeos. Para los que os guste cotillear, esta es su web en Francia. Este que me bebí es el Gran Malbec, varietal. El otro que me encanta, de esta misma bodega, es el «Gran Corte», un blend de Malbec, Cabernet y no sé si otra variedad. Con cualquiera de los dos no te equivocas. Voila:

Bueno, y ahora que ya están los señores convenientemente servidos, vamos a bebernoslos relajadamente, mientras les cuento a ustedes cómo fuimos

DE PUERTO WILLIAMS A PUERTO TORO.

Salimos a eso de las 12:00, tras los siempre antipáticos trámites de inmigración y aduanas y la ya relatada visita al supermercado a por más ron.

De salida gobierno un buen rato a motor. Vientos «normales» no parece que sepan poner. O no hay, o hay mucho. A lo largo de las 25 millas hasta destino navegamos: a motor, a vela sólo con genova, a vela con genova y mayor, con motor y mayor y, por último, a palo seco. Anoté, entonces: «Vientos muy raros, sí, no, sí, no…pero al final sube mucho, mucho. A ojo calculo entre 40 y 50 nudos. No llevamos equipo de viento». Pues eso.

Puerto Toro es un muelle, dos barcos y poco más. Estos:

A la derecha, el KSAR. Al fondo, los franceses, «Le Boulard», que nos acompañaron todo el viaje. A la izquierda, el «Orange», de camino a la Antártida, ese sitio del que ya hablaremos en otro momento, que nos perdemos.

Esta otra foto, tomada desde un poco más arriba de la ladera, no es especialmente diferente de la anterior, pero: a) salen mis amigos, Panchito, Carlitos y Marcelo. Volvíamos de dar un garbeo por la aldea, poblado, o lo que sea aquello durante el que «hicimos amistad» con el Cabo Segundo Rojas, un militar destinado allí, más aburrido el pobre que un ocho, que nos enseñó su casa prefabricada (son todas idénticas), nos metió a ver las fotos de su señora y su nene, a los que espera en febrero y, si nos descuidamos un poco, todavía seguimos allí. Y, b) a la izquierda del camino hay apiladas unas artes de pesca, unas nasas, o como se llamen, de las que se utilizan para la pesca de la centolla. La temporada de pesca acababa de finalizar, más o menos en noviembre. Al parecer, cuando están todos por allí la aldea, poblado, o lo que sea aquello tiene un poco más de vida. Veamos:

De centollas tocará hablar de nuevo cuando os cuente la última cena, ya de regreso en Ushuaia. Que no se nos olvide.

La mejor evidencia de que en Puerto Toro no hay gran cosa que fotografiar es que todos los que vamos, volvemos y lo contamos en LTP, todos colgamos la misma foto:

Al Cabo Segundo Rojas, para poder escabullirnos de su casa, le tuvimos que medio engañar diciendole que íbamos al barco y volvíamos con la cena. Luego mandamos a Carlitos a contarle no se qué milonga que nos impedía volver. Y nos quedamos en el barco, tan a gustito.

Esa noche les preparé una cenita («exitosa» leo ahora en mis notas de aquel día) con ensalada, quesos, tortilla española y, de postre, una pastilla de turrón de Jijona que había metido entre calcetines y buffs, por lo que pudiese pasar. Tortilla española como dios manda, quiero decir, el poco aceite de oliva que había a bordo (tuve que «estirarlo un poco» añadiéndole una pizquita de nada de girasol, pero vaya, oliva en un 80%), unos ajitos para aromatizar el aceite, luego convenientemente retirados, la patata más cocida en el aceite que propiamente frita, mucho rato, despacito, chof, chof, hasta que está casi, ahí un golpe de fuego, para tostarla un poco, huevo, sartén….. tortilla. Sin pimiento, obviamente, aunque ellos se sorprendieron mucho, se ve que hay por allí mucha costumbre de echarle pimiento. Cosas verdes, Sancho…

Y luego, antes de acostarnos, hicimos cuatro juegos de magia. Por si apareciese por aquí algún amigo del mundillo, que nunca se sabe, más o menos fueron:

-Carta perdida en la baraja es descubierta «por olfato».
-Transformación de papelitos blancos en billetes de 20.-€
-Carta en la punta de la lengua.
-Botella abierta con agua en su interior, invertida, no cae. Desafío a la ley de la gravedad.
-Mezcla del loco, triunfo clásico (tras varias mezclas, la carta del espectador aparece girada, es la única girada de las 52).
-Carta invisible.
-Por último, un grandioso efecto de mentalismo, Atilio se va concentrando en cada uno de los números que forman el PIN, el número supuestamente secreto de su tarjeta de crédito. El mago los va percibiendo extrasensorialmente y los va anotando en una tarjeta de visita que deja sobre la mesa. Coinciden.

Atilio me ofrece empleo estable. Por el momento, declino, aunque….

Nos vamos a dormir, satisfechos, felices, más o menos como voy a hacer yo ahora mismo, en cuanto cierre esto.

Buenas noches.