FIN DE AÑO EN CABO DE HORNOS.

Hola, amigos, muy buenas.

En Maxwell el día amanece espléndido, radiante, soleado.

Mientras me pongo mi sonrisa de las grandes ocasiones y mi camiseta del «Jambo» anticipo mentalmente las dedicatorias del día, no vaya a ser que luego, con las emociones, me deje a alguien. Decido que lo de hoy irá por Carles, Ángel, Nico, Pakito, Pepe, Jeroni, Juanjo, Raul, Luis y Jesús, mis compañeros de tripulación en ese, mi primer barco. Y por Walter, que me dio la referencia del KSAR y su patrón. Y por Julio, el jefe, el patrón del «Jambo». Y por Fede, que me los presentó a todos. Si, amigos, lo de hoy irá por vosotros.

También por Jose Luis («Toletum») y su banda, que me han acogido con los brazos abiertos.

Pero, por encima de todos, lo de hoy, como todas las cosas importantes, irá por Mar, mi compañera del alma, compañera. A quién todo debo, a quién tanto quiero. ¡Cuánto daría por compartir ese ratito contigo! Gracias por dejarme volar, soñar, crecer, vivir. Un beso.

En esos pensamientos ando, cuando nos ponemos en marcha. Como de costumbre, al poco de salir Ati me cede la caña. Copio de la libreta: «Maravillosa navegadita a vela. Yo a la caña mucho rato. Maxwell-Hornos con genova, mayor con un rizo y mesana con un rizo. +/- 15 nudos y subiendo. Calculo 25/30.»

Al pasar Isla Hall se nos ofrecen, en primer plano unos farallones, Las Catedrales. Y al fondo, imponente, El Cabo:

La aproximación es relajada, se nos nota felices. Alguien prepara el enésimo mate del viaje. Es una gozada el ir tomando mate en cubierta, sintiendo en la cara el viento frío y sorbiéndolo calentito. Ritual compartido, un mate en cubierta tiene un puntito místico, mágico, espiritual. Han sido mucho y muy agradables los tomados, también los mates del viaje los recordaré con cariño.

Cerramos el paréntesis, sigamos navegando.

Poco a poco el momento se acerca. Carlitos me ha relevado a la caña, pero yo creo que, sin haberlo hablado, todos tenemos claro a quien corresponde el honor de doblar el Cabo, de cambiar de océano, de sentirse el dueño de los mares, de enfilar los dos islotes de delante y pasar entre ellos, de rendir culto y tributo a la historia, a las historias, a los que vinieron y a los que vendrán. Sí, de la manera más natural y espontanea del mundo, Panchito toma el timón, se sonríe, se concentra y nos lleva a todos al otro lado de nuestras vidas. Gracias, amigo.

Hornos, en honor del velero «Hoorn», de la holandesa ciudad del mismo nombre, que junto con el «Eendracht» sirvió a De Marie hace casi 400 años para encontrar un paso al sur de Magallanes. El «Hoorn» se incendió, sí, pero en ese fuego compró el derecho a ser leyenda, poesía, el derecho a poner nombre a nuestros sueños. Que no es poco. ¡Pobre «Eendracht!

Cape Horn:

No es fácil describir lo que sentí. Mentiría si dijese que no me emocioné. Probablemente más contagiado por la euforia general, las mil fotos, los abrazos, que porque realmente para mi significase tanto. En la libreta escribí, esa tarde, «Cruce, mil fotos. Me emociono + x ambiente q x mismo. Pero OK. Champagne a gollete, como los piratas. El cabo es majestuoso, impresionante.»

Lo que hoy recuerdo de lo que pasó en esos minutos (12:25, hora oficial chilena) es,

a) que nos hicimos muchas fotos. Una que me gusta, por el simbolismo de unir en una imagen dos buenos momentos de mi vida, es esta, tomada unos minutos antes, con el buff de la Marathon des Sables:

En esta otra estoy relajado, sereno, disfrutando del momento:

b) que nos bebimos una botella de Chandón, Ati brindó por todos los marinos de todos los tiempos y yo, que iba a hacer un brindis por mi mujer, en el último instante lo cambié y dediqué el momento soñado a Moni, le desee de corazón a Marcelo que la próxima vez que pase Hornos sea con ella

Le pegué a la botella uno de los tragos más a gusto que recuerdo

Y al terminarlo, entonces sí, no sé si por el Cabo, o por el champagne, o por Moni, o por qué o quién, pero en ese momento sí sentí una intensa emoción:

Hay una idea que me ha servido, a veces, para tratar de acercarme, torpemente, a intentar explicar lo sentido en ocasiones importantes en mi vida. Al parecer los griegos tenían dos formas distintas de medir el tiempo, una llamémosle cuantitativa, lo que denominaban “cronos”, en minutos, segundos, horas, etc. La normal, para entendernos. La otra, la cualitativa, “kairos”, creo que le llamaban, se refería a su intensidad, a esos momentos mágicos, eternos que puede que duren poco, pero no se olvidan nunca. Pues eso, que los minutillos, no se si tres, cinco o siete, los que fuesen, que tardé en doblar con Marcelo, Carlos, Casimiro, Pancho y Ati el Cabo de Hornos dudo que a ninguno de todos se nos olviden en la vida. Y, claro, es por esas cosas que tiene sentido hacerse a la mar. Kairos, insisto, Kairos en estado puro. No quieres que se termine porque en ese momento eres muy feliz. Ese puto cabo, con perdón, ha dado algún sentido a los últimos meses, ha sido el sueño, la ilusión, el deseo, el camino, el reto, todo. Y es ahora, que el camino hasta él está acabando, cuando empiezas a saborear el placer de estar ahí. Sensaciones encontradas, por un lado deseabas que llegase el momento, claro, llegar allí de una vez, pero, por otro la sensación de estar ahí, el momento, es tan fuerte que, sin querer, tus pensamientos, tus vivencias cada vez van más lento, te recreas, saboreas cada grito de jubilo de los demás, cada mirada, cada palmada, cada foto, cada sensación, todo. En el fondo pones tus neuronas en modo «a cámara lenta» porque desearías que Hornos no se terminase nunca. Una parte de mi quería permanecer allí para siempre. Será la misma, supongo, que hace que andemos dándole vueltas ya a un garbeo por Isla de los Estados, o soñando con los ventisqueros y Darwin. Recordé tantas cosas en esos minutillos, con el Cabo por el través…Miraba al cielo y me recreaba con el momento, a más jubiloso, ruidoso, festivo el resto, más tranquilo yo, más trataba de disfrutar del
momento. A más fotos y fotos del grupo hacia la isla, más miraba yo al cielo, con la satisfacción de estar llegando y la pena precisamente por lo mismo, porque todo terminase.

Atlántico Sur. El Cabo de Hornos por la popa del KSAR:

El Montgó desde el Atlántico Sur:

Tuvimos la suerte de poder bajar a tierra, a visitar la Isla de Hornos. En Caleta León, con 30 metros de sonda, el fondeo puede llegar a ser complicado, pero bueno, al parecer ese día no había demasiado problema. Ati nos acercó a tierra con la auxiliar y regresó al barco, para recogernos un par de horas más tarde.

Nos dio tiempo a acercarnos al monumento al albatros, para las típicas fotos. Os muestro una del grupo:

Y a pasar por el faro, a sellar el pasaporte, saludar al militar chileno responsable de ALCAMAR HORNOS (no veas, hasta que descubrí que eso de «Alcamar» era la Alcaldía Marítima, las cábalas que me hice y las vueltas que le di a la palabreja) y comprarle a su señora cuatro camisetas y dos recuerditos.

Faro y Alcaldía Marítima, con una pequeña capilla:

El faro por dentro, me ilusionó ver un recuerdo del paso de la asociación chilena de Asperger. Y como las fotos las pongo yo, pues aunque para muchos lo del Síndrome no os diga nada, para mi sí es importante, así que pongo una:

Y otra de la bandera nacional que dejaron en el faro, arriba, unos compatriotas aragoneses. No vaya a ser que anden por aquí, tomando unos vinos, y no hayan dicho esta boca es mía:

Por último, y para terminar, el resto del día: Mientras navegábamos rumbo a Caleta Martial, un paradisico lugar, con una playita de arena, fondo de arena y muchos nudos de viento donde íbamos a pasar la noche, a las 17:00 se me ocurrió algo simpático. Bajé al salón y toqué en la campana de a bordo las doce campanadas. Subí con la botella de ron a cubierta y al grito de «Feliz Año en San Petersburgo» compartimos con Casimiro un buen trago, abrazos y buenos deseos.

Luego, ya fondeados, a las 20:00, esta vez no improvisado, ni mucho menos, dimos las doce campanadas en horario español. Expliqué las tradiciones y tomamos cada uno las doce uvas (pasas cubiertas de chocolate, lo único que fui capaz de encontrar en Ushuaia, pero al fin y al cabo, uvas pasas, uvas son) a ritmo, uva-campanada-uva-campanada, como debe ser. El brindis con champagne en copas de cristal que el patrón sacó de alguna chistera -todo se contagia- con el pie izquierdo en el aire y algo de oro en cada copa dio paso, en el corto plazo, a una excelente cena. Y, por supuesto, también a un gran año.

A las 22:00h. ya habíamos acabado de cenar. Para hacer tiempo hasta el tercer fin de año nos entretuvimos lo mejor que supimos. ¡Qué dura es la vida del marinero!

Entre otras mil anécdotas, Pancho nos contó el día que, estando buceando, «le pescaron», a caña, desde una embarcación. O cómo se encontró a una pareja haciendo el amor encima de una caja con 400 kg. de explosivos que él había dejado, lógicamente, escondida en el sitio más recóndito de no sé qué puerto.

A las 23:00 escuchamos por radio que el «Stella María Australis», de bandera alemana, con diez tripulantes a bordo y proviniente de la Antártida, está arribando a Martial. Bieeeen. Tendremos alguien a quien desear feliz año dentro de un rato.

Doce campanadas. Más champagne. ¿Qué es eso que suena fuera? Salimos todos. Hace un frío considerable. Desde el otro barco, recién llegado, contestan a nuestras campanadas con varias bengalas. Sacamos las bocinas de niebla. Son unos minutos mágicos, maravillosos, la tranquilidad de Martial, en el fin del mundo, destrozada por pirotécnias, abrazos, bocinazos, gritos, risas, descorches de champagne, alegría y extrema felicidad.

Ilusionados saludos.