Hola, amigos, muy buenas.

Como algunos sabéis, me refiero a los dos o tres fieles seguidores de este semi-abandonado blog, llevo unos años haciendo con Mar el Camino de Levante. Valencia-Santiago de Compostela. Un buen día, al más puro estilo «pensat i fet», salimos de casa y nos pusimos en marcha. Es verdad que sin la necesaria constancia, a trancas y barrancas, con demasiados tiempos muertos, periodos en que la llamita de la ilusión se debilitaba, pero a nuestra manera, ahí seguimos. Hace un mes, en el puente de la Inmaculada, nos plantamos en la provincia de Toledo, donde lo habíamos dejado hacía cuatro años y le dimos un empujoncito, dos etapas, Tembleque-Mora y Mora-Nambroca. Los dos juntos, como siempre, mano a mano. Ese, digamos, es «nuestro Camino», el auténtico, el que sale de dónde tiene que salir, de la puerta de casa, de donde durante siglos salieron todos y cada uno de los peregrinos a Compostela. El que nos ha permitido compartir a partes iguales muy buenos ratos y gratificantes dolores y sufrimientos. El que nos une y supone ilusionante proyecto común.

A raíz de la recientemente diagnosticada diabetes, de mis propósitos de cuidarme, de adelgazar, en buena medida motivado por el deseo de quitarme del medio en estas fechas tan dadas a tentaciones y excesos, decidí escaparme unos días al Camino. Yo sólo. De paso, además de para hacer ejercicio y cuidarme un poco, que eso va de suyo, me serviría para pensar en mis cosas, ordenar algunas ideas, esa búsqueda de uno mismo, ese componente espiritual del que todo el mundo habla y tan complicado resulta explicar. Pero, claro, no me podía ir yo solo a Nambroca y seguir a Toledo, hubiese sido poco menos que cargarme el Camino «de Mar», el que si Dios quiere algún día terminaremos habiéndolo compartido entero. No, eso no era viable.

Decidí que me iría a Roncesvalles y desde allí haría el Camino Francés. El «típico», el «de toda la vida», el que se supone que todo peregrino debería hacer. Ese sería «mi Camino», solo, solito, solo, con mi bordón, mis ilusiones y mis botas.

Pero, mira tú por donde, el hombre propone y tal y tal….El día de Navidad mi hijo Pepe me sorprendió con la pregunta que cambió el Camino de la soledad por otro completamente distinto. ¿Papá, yo podría irme contigo mañana….? Hemos compartido ocho días inolvidables. La experiencia de peregrinar mano a mano con tu hijo de diecinueve años es impagable. Nos hemos descubierto en muchos aspectos, hemos compartido dolores, ampollas, fatigas, sí, pero también chuletones de kilo y pico, pacharanes, cafés irlandeses y algún riojita que otro. Roncesvalles-Zubiri-Pamplona-Puente la Reina-Estella y Los Arcos, hasta donde caminamos juntos, a veces al lado, a veces uno delante, o detrás, pero siempre juntos, son ya para siempre lugares emblemáticos de nuestras vidas. El fin de año en el albergue de Los Arcos, en compañía de cuatro coreanos, un italiano y un catalán, compartiendo sencillas viandas, risas y felicidad, distinto y muy especial. De Los Arcos a Logroño-Navarrete y Nájera Pepe ya no pudo seguir a pie, se lesionó y con el tobillo inflamado no tenía sentido, me esperaba en cada llegada para echar juntos el resto del día. Pero no por ello vivió con menos intensidad mi Camino, mis preparativos cada mañana, mis llegadas, las comidas compartidas, los buenos ratos echados.

Lo dicho, han sido ocho días para recordar toda la vida.

En Fallas volveré a Nájera, para continuar «el mío», no es probable que Pepe pueda venirse, ya se verá. Quién ya ha anunciado que se apunta, al menos cuatro etapas, hasta Burgos, es mi madre. Tampoco será mala compañía.

Y en Semana Santa, con Mar, a Nambroca, para disfrutar entrando a Toledo en Jueves Santo, uno de los días del año en que más bonita se presenta al peregrino. Desde allí, a Torrijos, y a dónde nos lleve el Camino, supongo que al menos tres o cuatro etapas más.

Ilusionados saludos.