Hola amigos, muy buenas.
Ya lo hemos hablado alguna vez, es un debate recurrente. El mejor aficionado a los toros se suele decir que es aquel al que más toreros le caben en la cabeza. En 1982, añada del 904 Gran Reserva de la foto de la cabecera, andaba yo siguiendo a Manzanares por toda España. No había otro torero. Poco a poco, a base de ir viendo toros, de viajar, de esto y lo otro, sin dejar de considerar a Josemari uno de mis ídolos (sigue siéndolo, junto con Serrat y el Mago Migue) he tratado de acercarme a otras formas, a otros conceptos. ¡Hasta con Vicente, «El Soro», excelente persona, por cierto, llegué en 1993 a emocionarme en un entrenamiento, viéndole matar tres toros a puerta cerrada, en Badajoz, el año que le llevaba Pablo Lozano! Si me lo llegan a decir a mi unos años antes…
Viene esto a cuento del especial cariño que le tengo a ese vino. Habla El Enópata de gerontoaficionados, de vino de otro tiempo, de aromas de desván, moho, bosque umbrío, hojarasca seca, de cuaderna de barco, de vino «muerto», al que contrapone el concepto de vino vivo. En estos últimos dos años me he bebido casi cuatro cajas, veintidos magnums, deben ser las que han caido ya, porque solo quedan dos. En un par de ocasiones, quizá tres, efectivamente, el vino se había ido irremisiblemente. Y punto. Pero el resto de botellas han tenido una evolución muy similar. Todas han necesitado su tiempo, su tranquilidad. Efectivamente, le sensación inicial, tras el descorche, se ha parecido mucho a esa descripción, pero poco a poco el vino se ha ido abriendo, se ha manifestado vivo. Le ha costado, sí, claro, está mayor. Y, ¿porqué no, quién tiene prisa? Siempre con mucha más madera que otros vinos que, Juan lo sabe bien, no es un secreto, también disfruto y me encantan, claro, ya se sabe, pero no por ello exento de interés. Pasa un poco como con las mujeres, ¿acaso sólo nos gustan las jovencitas que se comen el mundo con veinte años?
Yo tengo un pequeño problema, una especie de deformación, si se quiere. Esos sabores, esos vinos clásicos, buen tempranillo, no demasiada graduación, «ariojados», si se me permite la expresión, con sus años de barrica, lineales, previsibles, siempre iguales, clásicos, vuelve a salirme la palabra, son, precisamente, los que desde que empecé a beber vino, he identificado/me han identificado con el concepto de «buen vino». Quizá me enseñaron mal. Quizá mi padre, sus amigos, en aquellos años, ¡qué años!, no conocieron otras formas de elaborar el vino (tampoco, por cierto, hace treinta años, en España, había la información que hoy tenemos). Quizá no hubiesen debido alabar, en mi infantil, juvenil, adolescente, joven presencia, esa barrica, esos bosques, esas humedades, ese humedo desván como lo hicieron. Pero chico, a base de beberlo, de que me gustase, de oir que era bueno, de saborearlo, ese sabor se me quedó dentro como «el sabor del buen vino de cuando yo era pequeño». El que yo tengo asociado a ese concepto. Y no estoy dispuesto a sacarlo de mi acervo de sabores. Admito con gusto otros, claro está, cada día más. Pero ese no sale.
Digamos que hay otros vinos que, hoy por hoy, hasta podría admitir que, digamos, objetivamente, me gustan más. Pero el cariño, la nostalgia, la ilusión, la emoción, los recuerdos, el punto, digamos, subjetivo, de ese 904 GR.1982 es demasiado fuerte. Iba a decir «lo siento». ¡Qué coño!, no lo siento. Me encanta que así sea.
Añadid a ello una cierta emoción por el tiempo, por los veintiseis añitos, que se dicen pronto, que han pasado. Descorchar cada botella es, además de una aventura, de una emoción, también como un repaso a estos años. Uno se recuerda tan joven, aquel verano del Rock&Rios en el jardín de casa de mi amigo Carlitos, cada tarde, nosotros descubriendo el mundo, el alcohol, el poker, el sexo, las fiestas, la amistad, la vida, todo a la vez, y el 904, ese, precisamente, ese que ahora me bebo de vez en cuando, ya en la cepa. Nos hemos esperado veintiseis años. Mientras yo golfeaba a base de bien, él estuvo en La Rioja, luego en Zaragoza, años y años en una bodega privada, reposando. Dando tiempo a que a Chemaño, buen amigo, proveedor habitual, le diese un año por correr la maratón de Valencia, brujulear por la Internet, contactar con un tal Pepo. ¿Después de veintiseis años esperándonos, no habríamos de perdonarnos algún defectillo? Por favor…
Ya que estamos. Que sepais que hoy he corrido una media maratón, de broma, por el rio, compensada, se trataba de llegar todos a las once, cada uno salía cuando le parecía. 2h18´ indican con claridad mi actual estado de forma. Mejor que los 2h.24´de antes de Florencia, claro, pero todavía a años luz de como me tengo que poner para mayo. Ha sido el primer -y último- largo antes de las maratones de febrero. Lo he pasado bien, ya tenía ganas de sentir las piernas como palos otra vez. La siesta de esta tarde, de pijama y orinal.
El resto de semana, bien también. Ayer 2h.45´de bici, sin novedad. El viernes 1.400 de natación, con Vanessa, todo técnica. Sin judo. El jueves corrí, mal, muy cansado. El miercoles muy bien, diez cambios de 1´rápido, 1´lento, muy intensos. Con la natación y la carrera a pie del lunes, una semanita correcta. Una más. Una menos.
Adelgazar, lo que se dice adelgazar, lo justo. Cuatro días llevo estancado entre 91.2 y 91.5kg. Podría ser peor, especialmente si consideramos que he cenado en la falla lunes (Junta directiva), viernes (porque toca, los viernes toca) y sábado (carnaval, carnaval…). Y que comí el martes en Abadía d´Espí, con champagne, muy bien, como siempre. Es un local pequeño, con poca intimidad, pero buena cocina -a destacar los hatillos de queso fresco y langostinos, uno de sus clásicos, junto con las fideadas- aceptable bodega, buena relación calidad precio y la exquisita amabilidad de Juan Carlos Espí . Y que el miercoles le dimos un repasito a la Tratoria de Carlo, el mejor italiano de Valencia, ya os hablaré de él otro día con más detalle (y del Brunello di Montalcino, San Felice 2000, que me metí entre pecho y espalda). Resumiendo, que bastante hemos hecho con seguir en noventa y uno. A ver si estas próximas dos semanas me pongo las pilas, que las maratones están ya ahí, llamando a la puerta.
Ilusionados saludos.
Vaya, creo que tienes buenos gustos…lo del peso, como todo lo demás, es un concepto relativo…he visto gente como tonelillos subiendo cuestas que se las peleban en el km 80 de cuaqluier ultramaratón…eso te deja huella 🙂
Ratifico. Los redondos, un clásico en cualquier ultradistancia.
Saludos
Amén!!!
En mi caso, cambiamos ese 904 por un Monte Real, reserva de Bodegas Riojanas, y firmo todo lo dicho por Pepo.
… a partir de un determinado Km. se echa mano de esos Kgs. de más,… Kgs. que unos tenemos y otros los buscan ese día. Otros días a nosotros nos sobran y ellos no los buscan.
A lo que iba “don’t worry be happy“.
Querido amigo Pepo, no seré yo quien discuta los enlaces emocionales tuyos, y menos cuando están asociados a amigos y a recuerdos agradables. Sería de estúpidos.
Eso es patrimonio privativo y valiosísimo de cada uno de nosotros.
El primer vino que me volvió loco, que me sacudió hasta lo más profundo de mi ser, y al que quizá le debo mi pasión y mi profesión, fue un rioja, un Viña Pomal de 1970, del que guardo un recuerdo bello e imborrable.
Ahora bien, desde que flipé con aquel vino han pasado 32 años, miles y miles de vinos, de experiencias y de emociones, evidentemente he situado aquel Pomal en un pedestal emocional, aunque si tuviera que catarlo con la seriedad y rigor que requiere mi profesión, seguramente no saldría bien parado.
He de decir, que cuando a un Reserva 904 del 82 le das mucho oxigeno, simplemente se muere, no se abre, sino que deja de expresarse, sus defectos congénitos se acentúan, aunque su acidez se ve atenuada un poco por la aireación inicial, sus aromas se hacen más blandos, densos y pesados con el oxigeno. A muchos catadores les gusta este tipo de sensación, de vino cálido, blando y amable en la boca, a mí también, pero además de ese agradable tacto, hay que exigirles más cosas, como aromas limpios, persistencia, armonía, ausencia de defectos, equilibrio y un agradable posgusto. La mitad de todas esas cualidades, este vino simplemente no las tiene.
Cuanto más tiempo pase desde su descorche, será peor para él.
Los vinos viejos, especialmente los de Rioja, no tardan más en abrirse que los jóvenes, sino al contrario, hay que aprovechar sus primeros minutos, porque es en ellos donde van a poder expresar lo poco que les queda dentro.
El exceso de madera, sobre todo de madera vieja, reutilizada y contaminada por hongos, fue durante muchos decenios santo y seña de la Denominación de Origen Rioja, en este vino, todavía sigue siendo así. De ahí el olor a desván y a duela húmeda. Este grave defecto, al menos en mi caso, me impide el disfrute de ese vino.
En mi caso, cuando un vino (o cualquier otra cosa), es previsible, deja de tener interés para mí. Queda tanto por descubrir, tanto por disfrutar, por catar, que saber lo que voy a encontrar al abrir una botella, me deprime y me aburre.
Yo, al igual que tu, también siento cierta emoción cuando abro una botella de vino muy viejo, de una cosecha remota, casi siempre soy más indulgente con ella que con una cosecha más joven, suelo pensar en las cosas que pasaron en su época, y tiendo a crear lazos emocionales con ella.
Lo que ocurre, es que debido a mi profesión, las fronteras (mentales y físicas) que tenia con respecto al vino, las he derribado, he tratado durante decenios de acabar con mis preferencias, con mis manías, de eliminar el nacionalismo, las querencias y los amiguismos, creo que todavía no lo he conseguido, pero en la actualidad, cuando cato vinos, no me fijo de donde vienen, ni siquiera quien los ha elaborado, o si son de una zona vinícola prestigiosa o no, solo escucho detenidamente a mis sentidos, y me dejo llevar por ellos.
Si me emociona, ese es buen vino para mí (Fíjate que ahí estamos totalmente de acuerdo), aunque para emocionarme con un vino, (y con una mujer) cada vez le exijo más cualidades, más virtudes, incluso más tipicidad.
Imagino que como en todo, cada vez nos hacemos más exigentes.
Debe ser la edad……..
Siento el ladrillo de mensaje, y espero haber aclarado en algo mi opinión.
Saluditos cordiales y felices vinos.
Juan
Posdata:
Si quieres organizamos una cata a ciegas, de viejas glorias del 82 a ver que ocurre.