Hola amigos, muy buenas.

No sé si os había llegado a contar que el «Magopepo» está en Valencia, amarrado en la Marina Real Juan Carlos I. Lo subí desde Denia hace unos días, navegando, con Fede, un buen amigo. Fantástica relajada travesía. Pues bien, estos días tengo el honor de tener como compañera de amarre, en mi mismo puerto, a Capucine Crochet, una francesa de caracter, una joven de extraordinaria determinación que está haciendo la travesía de Marsella a Miami con un velerito construido en yute, chiquitín, poco menos que un chinchorro, las crucetas del palo son dos muletas, de esas de ortopedia, las velas unas lonas de camión. Con él va a cruzar el Atlántico, que se dice pronto.

Ved, ved que no exagero:

¿Es o no es alucinante? Esta tarde, mientras le hacía cuatro fotos, me sentía como cuando de crío desmontaban el circo de delante de mi casa. Soñaba que me iría con ellos, dejaba volar la imaginación, aventuras, trapecios, yo metido en la jaula dominando tigres, haciendo magias, en fin, qué os voy a contar que no sepáis. Luego ellos se iban, claro, y yo me quedaba. Y empezaba el cole, la rutina, regresaba la cruda realidad. Pero chico, algo de aquellos sueños debió afectar alguna neurona, porque esta tarde, lo digo en serio, me he vuelto a sentir igual. Dios, qué envidia de la gente que es capaz de perseguir un sueño con esa determinación, cómo admiro a quien es feliz poco menos que con nada, con su bote y sus estrellas, sus muletas y su mar. Capucine, amiga, no es solo el amor por la mar que tenemos en común, no, es el amor por los sueños. Y eso, queramos o no, eso son palabras mayores.

Admirados, ilusionados saludos.

P.C.: No os perdáis el bar de copas que me han abierto justo delante del despacho, «Clandestino Bar». Así, ¿ cómo quieren que trabaje uno, que haga régimen, que se porte bien, que se cuide? ¿ Es o no es mala leche?