Hola amigos, muy buenas.

 Os dejo un enlace a un relato que acabo de encontrar por ahí, googleando un rato. El de una inglesita que también decidió un día pasar las brasas, ella en San Pedro de Manrique, Soria. Lo que cuenta se asemeja bastante a mis sensaciones del otro día.

En mi caso, a la pregunta de cómo se me ocurrió meterme en ese lío, la respuesta sería que la cosa viene de lejos. Cada año al terminar la barbacoa colectiva de la falla me quedaba con la sensación de que tendría que haberlo intentado, esas brasas eran para mi como una atracción, pasar por ellas era algo que en mi fuero interno deseaba hacer y nunca me atrevía. Con la consiguiente sensación de amargura, de que, aunque nadie más que yo lo supiera, la noche de las chuletas volvía ser, año tras año, la de mi cobardía, la de mis miedos, la de la confirmación de mis limitaciones, de mi incapacidad. El año pasado me prometí que era la última vez que me iba a casa con esas sensaciones, que al siguiente -éste- lo haría.

Anunciarlo con tres meses de antelación, publicarlo por escrito en el llibret de la falla, en el programa oficial de festejos, así como en los carteles de la barraca, no era sino una forma de dificultarme la espantá. De obligarme no sólo interiormente, que ese compromiso lo tenía yo más que claro, sino, además, de manera pública. Aunque es evidente que nada hubiese pasado si al final me hubiese vuelto atrás, de hecho Mar, Josepepe y algún que otro amigo presente me lo pidieron hasta el penúltimo momento, yo no quería, no podía. Tenía que pasar por ahí. Y punto.

 Los dos meses previos han tenido su cierta gracia. Leyendo, indagando, preguntando a todo el mundo, magos, fakires, industriales, químicos, formadores de directivos, che, a todo el mundo. Escribiendo e-mails a las principales tiendas de magia del país, a la búsqueda del potingue desconocido. Que, como es lógico, no existe. Hasta de brasas simuladas -tipo esas de las chimeneas de pega-me han llegado a hablar. Unos refieren la existencia de un supuesto gel del que todo el mundo ha oido hablar pero nadie ha visto, otros te cuentan que si hay unos polvos a partir de no se qué historia. Por no hacerlo más largo, digamos simplemente que la investigación ha sido eso, divertida. Infructuosa, claro, lo que yo buscaba, una fórmula secreta, un libro de instrucciones, un producto milagroso, no existe, pero ha sido muy divertida.

Al final la cosa es tan sencilla como que no hay que hacer nada. Donde «nada» quiere decir exactamente eso, nada. Consiste únicamente en llegar hasta ellas, ponerse delante, relajarse, olvidarse del calor que desprenden, que no es poco, «saber que se puede, querer que se pueda» y, por supuesto, ahí está siempre la clave, dar el primer paso adelante. Y otro, otro, otro, otro más y ya está. Es muy rápido, cuando te quieres dar cuenta ya ha pasado todo, no te duele nada y la sensación de liberación que tienes es inconmensurable. Como en tantas otras cosas de la vida, unos, los que confían ciegamente en si mismos, los que no dudan, los del pueblo, esos no se queman, otros, los que dudan, los que no saben si podrán hacerlo o no, los que vienen a probar, los forasteros, esos se queman.

 Me viene de nuevo a la cabeza la vieja distinción entre tiempo «kairos» y tiempo «cronos». La intensidad de esos escasos segundos es tal tardarás mucho tiempo en olvidar lo poderoso que te sientes, capaz de cualquier cosa. Tampoco aquí ves la luz blanca, ya ves, Garbanzito, seguiremos buscando, pero, desde luego, te sientes muy bien cuando ya ha pasado todo. No sé porqué, me da a mi que el día en que veamos la lucecita esa igual ya no podemos escribir ni ná. En ese caso, si no le importa, que espere un tiempo, por favor.

 Hoy, por cierto, tras dos semanas golfeando de lo lindo, retomo los entrenamientos. Esta mañana me he venido a currar con la bici de ciudad, doce kilómetros. Esta tarde bajaré a correr un rato por la playa, al tran-tran. Mañana he quedado con Coppi y un par de amiguetes de la falla para dar un garbeo con las bicis de carretera. Aunque la cita se concertó entre partida y partida de truc, con el JB saliéndosenos por las orejas, confío en que no me dejarán solo a las ocho de la mañana en la esquina del Calabuig, al final de la Av. del Puerto. No obstante, si alguien más se apunta, no tiene más que presentarse allí. Las reglas son sencillas, se trata de rodar al ritmo del más lento (yo), relajados, de paseo, sin hacernos daño, sin más pretensiones que llegar al Perelló, almorzar y volvernos. Todo muy tranquilo.

 Ilusionados saludos.