Hola amigos, muy buenas.

El amigo Womper es un clásico. Uno de esos tipos que ya andaba por ahí cuando yo empezaba a correr, cuando me estaba quitando de lo de golfo impertérrito, de lo de gordo tremendo (esto último, como es evidente, con solo relativo éxito), cuando descubrí -todo a la vez- la Internet, los foros, elatleta, esa página a la que tanto debo y agradezco en esta vida. Le recuerdo de correr por La Pedriza, en aquellas míticas concentraciones que, bajo el título, «La Pedriza, quedada Navidad, convoca Spanjaard», me tenían enganchado. Y de una inolvidable media maratón de Santa Pola. Era febrero de 2003, yo estaba fino como nunca, dos semanas más tarde hice aquellas increibles 3h.33´en Valencia. Él vino con su hermano, como quien no quiere la cosa, se fueron los dos, mano a mano, por delante y ya no les volvimos a ver hasta la meta. Tras la carrera nos apretamos un arroz cojonudo, ahí ya les costó más dejarme atrás.

Pues eso, que el bueno de Javi me pide un «post gastronómico». Con todo mi afecto, campeón, toma buena nota por si te pierdes por Valencia:

«La Cantinella» es un italiano -¿o debería decir, mejor, un napolitano?- afortunadamente aún no muy conocido. Al que en casa le tenemos especial cariño. Familiar, la mamma en la cocina, encantadora, tímida, dulce, si al final se deja ver por la sala y te saluda, pese a que sabe que lo ha bordado, sale como con miedo de que algo no haya sido de tu agrado. Y fuera, atendiendo a la clientela, padre e hijo. El padre más distante, en plan jefe, patriarca, encorbatado, pelo repeinado, con aires de tenor de ópera. El hijo un gran tipo. Listo, con buena memoria, de una visita a otra recuerda qué bebiste, qué comentario hiciste la vez anterior. Te aconseja sin tomarte el pelo, ajustándose a lo que, más o menos, llevabas en mente. Si, como parece ser mi caso, les caes mínimamente bien, rara es la visita en que al terminar no te marchas a casa con un regalito, bien un panettone excepcional (en Navidad), bien una botellita de limoncello casero, destilado por ellos, puro perfume de limón, la locura, ayer mismo, sin ir más lejos.

¿Qué se come en «La Cantinella»? Para no hacerlo muy largo, la comida de casa, de toda la vida, del sur de Italia. De Nápoles, claro, pero no solo. Los martes y miercoles pizza. Pero ojo, pizza, pizza, de la que te quita las ganas de probar cualquier otra en meses. Un sábado como otro cualquiera, pongamos que ayer, entre Mar y yo: Ensalada caprese, con un aceite impresionante, la mozzarella fresquísima y poco más. Ensalada de pulpo. Merece un párrafo para ella sola:

Tuve la suerte, años ha, de echar una de las mejores mañanas de mi vida en Mondello, un pueblito a diez kilómetros de Palermo, en la barra que, a través de una ventana a la calle, ofrecía un garito de por allí abajo. Tenían un caldero inmenso, en ebullición, lleno de pulpos, no muy grandes. Cuando pedías uno el tío «lo pescaba» del caldero, lo ponía en una de esas fuentes sicilianas, de cerámica de vivos colores, lo trinchaba y se limitaba a aliñarlo con abundante buen aceite de oliva y un limón de esos de verdad. Pues bién, ayer, en «La Cantinella», la ensalada de pulpo me transportó directamente a aquel día, a aquella barra, a aquellos pulpitos. Con rúcola, gambitas y un aliño de aceite y limón, como el de mis recuerdos. De verdad, no paseis por allí sin probarla.

Luego un par de pastas, a cual mejor. Una con crema de cigalas, rica, rica, la otra escándalosa, con bacalao, tomate de verdad y aceitunas negras. Con todo el aroma de ser las que a esa hora podría estar tomando en su casa cualquier familia en Nápoles.

Dos trocitos de dos quesos, un parmesano de 18 meses de afino (según el chaval, ya digo que es un tipo con el que da gusto hablar, se le nota que le encanta), el de 24 meses se hace un poco pesado y otra sorpresita, un queso perfumado a la uva de Barolo (probablemente uno de los mejores vinos de por allí), ideal para terminar el tinto.

Tarta de chocolate puro con almendra.

¿Con qué? Con almendra…

Que no, joder, que eso ya lo has puesto, que queremos decir que con qué se acompañó la tarta.

Pues tomad papel y boli, tomad nota, chavales, que ahora viene lo bueno de verdad. El descubrimiento de la temporada. Si es que no hay como andar de garito en garito para acabar tropezándose uno con cositas como la que viene:

«PASSITO DI PANTELLERIA». Uno de los mejores vinos dulces que he tomado en mucho tiempo. «Passito» supongo que se relaciona con el proceso de pasificación de la uva, «Pantelleria» es, al parecer, una isla de Sicilia donde se cultiva el moscatel con el que lo elaboran. No sé si habrá muchas más cosas en esa isla, pero, desde luego, con el «passito» ya van bien, ya. La botella preciosa, envuelta en un pergamino cerrado con un trocito de sarmiento, color oro viejo, denso, ya cuando te lo sirven notas que la cosa no va de broma. Olor profundo, con un dulzor muy natural, muy de sol, de laderas, hueles a Sicilia y a mar, pero en dulce profundo. Pegas un trago, te recreas, casi te sabe hasta mal que pase de la boca, pero no es problema, el vino ya lleva un rato en el estómago y los sabores, los olores, los recuerdos siguen dando vueltas por tus papilas. De verdad, si tropezais por ahí con alguna botella de esta joya, no lo dudeis, comprais dos, una para casa, la otra, contra reembolso, al Magopepo.

Luego ya lo típico, buenos cafés, buen amaro, el limoncello que os decía antes y, con la sensación de haber preparado el triatlón de Valencia de hoy bastante mejor que muchos de los 480 que hemos participado, a casita a echar una buena siesta.

Javi, por favor, no me pidas más post de estos en las próximas dos o tres semanas, que tengo el IM ahí, a la vuelta de la esquina y no puede ser.

Lo del tri de Valencia lo cuento dentro de un rato.

Ilusionados saludos.