Hola amigos, muy buenas.

No ha podido ser. Esta vez no me ha dejado. Tras 91 km., cuando sólo me faltaba llegar, rematar la faena, con Ronda ahí, a un tiro de piedra, con gran dolor de mi alma tuve que tirar la toalla. Voy a tomar prestada una reflexión de Pablo Cabeza, mi entrenador. Él se refiere al IM, pero, en el fondo, es lo mismo, es igualmente válida para los 101: Entonces no lo sabía, pero luego lo he llegado a entender. El Ironman es un gran monstruo al que uno mira a los ojos fijamente desde meses antes y con el que te bates en duelo en una lucha tal vez demasiado larga  (…) Aquí la suerte no existe, solo el trabajo. Al Ironman se le debe respetar, enfrentándose a él con las armas de que se dispongan en función de la preparación realizada, conociendo los propios límites para no rebasarlos, porque en un solo zarpazo, en un descuido, el monstruo te lo puede arrebatar todo.   

            Me gusta lo del monstruo y el zarpazo, algo así debió ser lo que me hizo a mi la carrera de Ronda el domingo de madrugada, a eso de las cuatro de la mañana.

  Yo, por mi parte, tengo una teoría, llevo ya algún tiempo diciendo que el éxito en este tipo de pruebas, duras, largas, extremas, a fe que Ronda lo es, el éxito, digo, se asienta en tres pilares, cualquiera de ellos tan importante como los otros dos: a) Tener una confianza ciega, ilimitada en uno mismo, b) haber entrenado moderadamente y c) hacer las cosas muy bien el día de la prueba, no hacer tonterías. En mi caso el primero, la confianza, siempre me la doy por supuesta, como el valor en la mili. No tenía, nunca tuve, la menor duda el respecto. Había entrenado, quizá no al 100%, pero sí, desde luego, razonablemente. Cuatro maratones en los meses previos, más la Macrofondo de la Comunidad, el Campus de Altea, algunas etapas del Camino de Santiago, los largos de bici, algo de natación, en fin, que sin ir para echar cohetes –ya sabéis, el p.peso (sólo había logrado bajar de 99 en enero a 87 hace unos días)- podría haber sido más que suficiente, de haber hecho las cosas bien. No las hice, cometí errores y el zarpazo del monstruo fue de los que hacen época. Probablemente sea por eso por lo que le quiero tanto, por lo que estoy tan enganchado, por lo que valoro tantísimo las dos ediciones es en que se quedó quietecito y me dejó llegar al kilómetro 101. Bueno, ahora mismo estamos 2-2. Ronda 2, zarpazos del 2003 y 2008-PEPO 2, incontestables triunfos de 2005 y 2006. No es un marcador que piense dejar así. Bien sabe Dios que no. 2-2 no va a quedar este partido. 

            Venga, os cuento un poco, a vuelapluma, según me vayan viniendo los recuerdos.

 

 Un frío del carajo en el campo de futbol, esperando la salida. Salgo con Josepepe, sin contrato (ya tiene coña que para haber decidido ir sin contrato llegásemos juntos al 90). La calle de La Bola, como siempre, muy emocionante.               En el 11 las chicas, Mar y Alicia, con un impresionante despliegue de medios, medio mercadona, media farmacia y media tienda de deportes en el maletero. De todo llevaban. Breve parada y seguimos. La cosa va bien, normal, sin problemas.  

            En el 25 Josepepe se va un poco por delante, yo sigo a mi ritmo, luego nos reagruparemos en el 35. Todo en orden, ni tengo sensaciones especialmente buenas, ni especialmente malas. Simplemente me limito a ir pasando los kilómetros. Disfruto, como siempre, eso sí, del campo, de la Serranía. Es una pasada.

              En el 35, Arriate, la primera parada larga. Las chicas nos preparan medio bocata de jamón a la catalana, tomo también unas galletitas saladas y algo de chocolate con almendras. Con una cocacola. Cambio de calcetines, de cortavientos, de buff y de gorra (lo que más se había mojado en un par de chubascos aislados que nos habían pillado por ahí atrás) y debidamente alimentado, con las piernas frescas de colonia y voltarén emulgel, los pies cuidaditos, compeed renovados, la moral por las nubes, en plenitud, continuamos.  

            Los 20 kilómetros siguientes, hasta Setenil, cuesta de los cochinos incluida, los hacemos en estado de gracia. Voy como un tiro, a Josepepe, que de normal anda mucho más que yo, le cuesta seguirme. Corro a placer, zancada larga, fuerte, poderosa. Los ratos que vamos andando pasamos a un montón de gente. De hecho al llegar a Setenil las pomponeras alucinan de que ya estemos allí, “tan pronto”, nos esperaban al menos una hora más tarde. Dicen. Segunda parada larga, de nuevo calcetines, colonia en pies y piernas, voltarén en gel por las piernas, algo de picar, nos relajamos un poco con ellas y seguimos.

Para los amantes de las estadísticas, dejaré dicho que por el km. 50 pasamos en exactamente 7h.30´. Paradas, avituallamientos, todo incluido.

            De Setenil salimos comiéndonos el mundo. Corriendo cada vez que se podía, sin la menor duda de estar haciendo la carrera perfecta, venga a adelantar gente. Así hasta el 65 o 66, en que poco a poco se fue haciendo de noche. Y empezó a caer agua, pero agua de verdad. ¡Qué manera de llover, joder! La bajada hacia el cuartel se hace casi imposible, venga barro por todas partes, imposible andar sin caerse, midiendo cada paso, venga agua, venga viento, ¿”dantesco”, o algo así, se dice en esos casos? No sé, de verdad que la bajadita se hizo bien complicada. Me pegué una muy respetable galleta bajando, un buen costalazo. Pero bueno, no estaba la cosa para andar mirándose uno mucho, en pié y para abajo. En el 72 hay un avituallamiento, la gente se está retirando como moscas, definitivamente hoy vamos a tener mérito, vaya que sí.

            Al cuartel, km. 77 llego al borde de la hipotermia. ¿”Al borde”, digo? Heladito de frío, con tiritonas, calado de agua hasta los tuétanos, una sensación horrible. Nos metemos en el coche, toda la ropa fuera, toda limpia, nueva, seca. Tardo un ratillo en entrar en calor. Cenamos un bocata, otra cocacola, me siento de nuevo bien, de nuevo firme, decidido, todo en su sitio, ya sólo quedan 24km. ¡Vámonos!

            Aquí cometo el principal error, garrafal, de novato, ahora, a toro pasado. Pero había que estar allí, había que haber pasado el frío que pasé una hora antes, claro que ahora es todo muy fácil, en ese momento no lo fue. Mallas largas, dos camisetas de manga larga, chubasquero impermeable, con capucha, gorra, braga militar gruesa, guantes gruesos y, encima de todo, impermeable gordo, de plástico duro, rígido, por las rodillas. Vaya, como a pasar una ventísca en el Himalaya iba yo saliendo del cuartel. Justo cuando, además, para más coña, se empezaba a quedar una noche espléndida.

            Salimos muy bien, rapidillos, decididos, muy recuperados de todo lo anterior, a buen ritmo. Sin dudas. De hecho el amigo Quintiliano, con el que nos cruzamos, ha dejado escrito por ahí que me vio, dice, “con muy buen porte y ritmo”. Efectivamente, así era. Mar me ha dicho luego que es, con diferencia,  la vez que mejor me ha visto salir del cuartel. Cierto, también. Salí como nuevo.

            Llegamos a la cuesta de la Ermita y, por no hacerlo más largo, me pegó la pájara de mi vida. Un golpe de calor. Sí, ya sé que suena a cachondeo que te pegue un golpe de calor a las dos o las tres de la mañana, en plena subida a la Ermita, pero es lo que hubo. Yo iba como dentro de una sauna, las cuatro capas, dos completamente impermeables, más el esfuerzo de la subida, en menos de lo que se tarda en escribirlo me deshidrataron. Josepepe me ha contado luego que al girarse y verme la cara, sudando como un cerdo, pálido, desencajado, se acojonó un poco. De repente estábamos ahí, kilómetro 81 u 82, en mitad de las subida y mi problema ya no era subir, que también, sino, de momento, no caer redondo en el sitio. A pasitos muy cortos, con un tremendo esfuerzo, logramos llegar arriba. Ni sé el tiempo que nos costó, pero al final llegamos. Bajando me medio recupero un poco. Ya puedo hablar, que no es poco, subiendo no podía. Llegamos al avituallamiento del 84, trato de beber, mi cuerpo no admite nada, ni líquido n i sólido, un mínimo trago de agua, me mojo los labios en acuario, relleno el bidón, para tratar de beber más adelante y seguimos.

            Parada técnica en un campo, junto a la carretera, aguas mayores o termine Ud. de deshidratarse del todo, si es que le quedaba algo.

            A trancas y barrancas llegamos al puto camino junto al río. Una especie de interminable barrizal amazónico, como los de las películas de rambo, en las selvas, imposible dar un paso. Yo ya voy zombie. Grogui. Poco a poco se me va Josepepe, dejo de verle. Me cuesta dar un paso, las zapatillas se hunden en el fango, estoy torpe, me caigo tres veces, para levantarme he de agarrame a las hierbas. Al salir del camino, mi amigo me espera. Según me contó luego, tras la carrera, llevaba allí ya un cuarto de hora (el último kilómetro, o poco más, me ha costado 45 minutos, que se dice pronto), los 15 minutos “los he perdido” en tan solo tres o cuatrocientos metros.

            Tengo la boca seca, completamente seca, es una sensación extraña. Trato de mojármela con el bidón, no se me pasa. Beber no puedo, no me entra.

            Es el km. 90, le pido a Josepepe que, por favor se vaya, estoy sufriendo de verle como me espera, como se preocupa. No sin insistir un poco lo consigo. GRACIAS por todo, una vez más, amigo, la próxima vez que pase por ese puto camino, si Dios quiere será contigo y saboreando cada uno de los pasos que demos.

            Me arrastro del 90 al 91 y, al llegar al avituallamiento me siento a recuperar un poco. Estoy vació, aún así sé que lo que me queda es más fácil que lo hecho, trato de convencerme de que sí que puedo. Solo que no es verdad. No puedo dar un paso más. Jode mucho, claro, sabes que Ronda está ahí, al ladito, que lo único que has de hacer es seguir, que no te queda nada. Pero no puedes. De nuevo escalofríos, tiritonas, me echan un par de mantas por encima, “a ver si mejoro”. Por los cojones, con perdón, voy a mejorar. No tengo fuerzas ni de llorar. Ni ganas. Con las cosas que no tienen repuesto se puede jugar un poco, sí, pero con cuidado. Y hoy ya hemos excedido los límites a partir de los cuales las bromas dejan de ser de buen gusto.

Con la última energía que me queda me levanto, miro al legionario con la cabeza alta, sin nada de que avergonzarme y le digo que, por favor, me lleven a Ronda, que ya vendré a terminarla otro día, otro año, que hoy, de verdad, no puedo más.

Eso, más o menos, debió ser todo.

¿Se dedican los fracasos?

No, claro, los fracasos no se dedican. Pero lo de esta fin de semana, si me permitís, yo sí quiero dedicárselo a un par de amigos. Ellos no se conocen, creo y, paradójicamente, tras 101km. por esas sierras de Dios no entraron juntos en meta por tan solo un minutillo de diferencia. Uno es Josepepe, claro, es obvio, con todo mi agradecimiento. El otro Hilario. Compañero, buen tipo, a quien hace un año y pico me sorprendí mucho de verle subirse al autobús en el kilómetro 40 de la maratón de Sevilla. Entonces no lo entendí. Desde anteayer, amigo Jaime, te sigo apreciando tanto como siempre pero, además, no sabes cómo te admiro.

 

Enhorabuena a todos los que sabéis en primera persona el frío que hacía en ese campo de fútbol, justo antes de la salida.