Hola amigos, muy buenas.

Tras una semana atípica, en la que sólo nadé un rato el martes y corrí media horita el miercoles, ayer me puse en la salida de la maratón de Sevilla.

Hacemos las cosas porque las alternativas son peores.

Dicho quede ya, de antemano, por lo que luego explicaré. Dejadme, antes, que para situarnos adecuadamente, haga una referencia a la comida del domingo anterior, con Garbanzito y Stani, a la excelente cena del jueves con el Drink Team de carreraspopulares, a la pantagruelica comida del viernes con la Peña Despacito, a la cena del viernes en la Falla, a la agradabilísima comida de carreraspopulares del sábado, ya en Sevilla, homenaje a Javi Sanz. Esta última con actuación de magia incluida, de la que por cierto quedé bien contento, en otro post os la cuento, quizá dentro de un rato. Y, sobre todo, a la cena del sábado en Sevilla, con el amigo Balbu y las posteriores copas, unas cuantas, en «MAGIA Y MÚSICA», más conocido como «el magia», un garito con mucho sabor que regenta el mago Mario. Con actuación en directo de una cantautora granadina, Elena Bugedo, con una voz preciosa y un morro que se lo pisa. Hasta las tantas nos tuvo encandilados, disfrutando de su música y su persona, viendo como gintonic tras gintonic la maratón del día siguiente se iba complicando.

Ya lo pasé mal de verdad en los últimos quince o veinte kilómetros de la de San Sebastián 2006 por circunstancias similares. Entonces la culpa la tuvo el museo del whisky, un maldito juego de magia que me hizo el camarero y los caramelos de gintonic. De algo me debió servir ayer la experiencia.

En Sevilla, ayer, en realidad, cuando me encontré con Mar, en el 17, no habíamos quedado de ninguna forma, simplemente apareció allí, ni yo iba mal de ritmo (1h.25´en el km. 15 y corriendo como un señor), ni me dolían -todavía- demasiado las piernas, de momento lo único eran las lógicas, mínimas, molestias, muy normalitas, ni «me pasaba nada» especial. Simplemente estaba un poco cansado, lógico, por otra parte. Empezando ya una todavía muy incipiente pájara, en parte debida a no haber desayunado -acerca de los inútiles, incompetentes, indolentes, empleados del supuesto 5* GL en que nos alojamos también me extenderé en otro post sólo para ellos- , pero más que nada por las escasas horas de sueño, la semi-resaca, la semanita de excesos, por todo un poco. Nada grave, por si mismo, pero un inquietante conjunto para lo que se me venía encima.

Y, por supuesto, pocas ganas de sufrir, poca motivación, en el fondo no se trataba más que de acumular unos pocos kilómetros más para Ronda, la maratón no era, no lo había sido nunca, un objetivo en si misma. Sí, claro, acabar cualquier maratón es, en si mismo, un premio bonito, ¿grandioso siempre?, quién lo podría negar, pero poco a poco la cabeza va sabiendo más de la cuenta y no siempre se deja engañar.

Además, en alguna neurona debía haber un apartado para Barcelona, donde el domingo próximo sí voy a hacer una gran carrera, donde sí voy a empezar y terminar, preferiblemente en una marca ya medio decente, donde sí voy a dar el do de pecho, donde he decidido que correr lo mejor que a estas alturas pueda sí es algo que deseo. Y donde, además, no estará Mar y al bar de Pinocho, si Dios quiere, ya habremos ido la víspera.

Y, con todos esos ingredientes en la coctelera, como os decía, veo a Mar en el 17. Y aquí viene lo que decía al principio de las alternativas, lo de que hacemos las cosas porque las alternativas son peores. Pues eso, que fue ver a Mar y recordar que no habíamos dado el tradicional repaso a nuestros sitios de siempre, que entre unas cosas y otras, comida, actuación, compromisos, magia, no habíamos visitado los cinco o seis garitos en que hace ya unos cuantos años empezamos a descubirnos el uno al otro, bares a los que hubiese sido la primera vez que fuesemos a Sevilla y faltásemos, todo eso en un segundo, claro, lo justo para que al llegar a su altura y preguntarme ella, «¿Qué tal cari, cómo vas?», la inmediata, automática, respuesta, con toda naturalidad, como si hubiese llevado media hora preparándola, fuese la que fue: «Muy bien, de lujo, aquí mismo lo dejo y nos vamos tú y yo a dónde realmente deberíamos estar en estos momentos.»

Y dicho y hecho, me duché y a las doce empezamos un maravilloso recorrido por «El Quiosco de las Flores», media de manzanilla, cazón, pescaito frito, «La Bodega del Siglo XVIII», otra media de manzanilla, jamón y queso, flamenquito del bueno, recuerdos de toda una vida con Mar, «La Plazuela», dos copas de manzanilla, hueva aliñá, «El asador de María», dos manzanillas, aceitunas gordales y, para rematar la faena, «El faro de Triana», en la terraza de arriba del todo, en una mesita con el tiempo detenido, luz sevillana, fue el ratito ese en que hasta el sol se puso de nuestra parte y salió un rato a saludar, más manzanilla, gamba blanca para aburrir, tres tocinos de cielo, tres, yo solito -se ve que no debía estar muy bueno, digo- cafés y orujos de hierbas.

A las tres perdí una negociación para habernos quedado allí arriba, en aquella terraza, para siempre (traduzcase por «hasta el lunes») y haber perdido adrede el avión de regreso a casa. Cuando el piloto inició el descenso al aeropuerto de Valencia abrí un ojo y le pregunté a Mar si ya había despegado o era que me lo estaba pareciendo a mi.

Ilusionados saludos.

P.S.: Esta semana prometo portarme bien, de verdad. Y el domingo que viene, en Barcelona, tratar de sacar lo más atlético y deportista que todavía quede en algún sitio de mi persona. Si es que queda algo, que también podría ser que no. Ya sabeis que siempre he dicho que me consideraba un intruso entre tanto corredor de verdad.