Hola amigos, muy buenas.

Hace años, unos cuantos ya, le hice unos pocos miles de kilómetros al coche siguiendo por toda España a Jose María Manzanares. Hablamos de finales de los 80 y primeros años de la década de los 90, vaya, hasta que Pepe y Macarena cambiaron algunas cositas en nuestras vidas. Josemari fue, junto con Serrat y el Mago Migue, uno de mis referentes, uno de mis ídolos en aquellos años de juventud de los que tan gratos recuerdos conservo. Cuando se cortó la coleta sentí una cierta pena, una especie de vacío interior, un «ahora sí que sí, ahora sí que te has hecho mayor, chaval, pasó la juventud, hasta aquí hemos llegado, te has convertido, ahora ya sí, irremisiblemente sí, en un indiscutible adulto, en uno de esos señores mayores que tanto te chocaban hace cuatro días». Si, claro, me gustaba Ponce, adoraba a Vicente Barrera, seguía confiando en el milagro vía José Calvo, por supuesto que Morante, Aparicio, Castella a ratos, todos, en definitiva, todos, me seguían interesando, pero, joder, que se fuese Manzanares, eso era muy duro. ¿A quién iba yo a defender, a partir de ahora, hiciese lo que hiciese y estuviese cómo estuviese?

Cuando empezó a hablarse mucho y bien de su hijo, yo no quería terminar de creermelo. En el fondo, pensaba, nunca podría igualar las sensaciones, las emociones, los sentimientos a flor de piel que su padre me había regalado tantas tardes. Sí, pero no, pensaba yo. En dos tardes, la del 17 en fallas y, desde luego, la de ayer en el coso de Ripalda, en Castellón, digo que en dos tardes, todo aclarado. Puedo seguir siendo Manzanarista confeso, convencido, irreductible, sin temor a equivocarme. Lo proclamo a los cuatro vientos, sépase, alto y claro lo digo, cuando se torea como toreó ayer este nuevo Manzanares, la devoción, la pasión, no pueden sino seguir más intensas que nunca. Cuando se es capaz de parar los relojes en mitad de un muletazo, cuando el temple no es frialdad, sino poderío, cuando uno se rompe toreando despacito, despacito, como si tal cosa, cuando las chicuelinas de la escoba me transportan a 1985, en la Maestranza de Sevilla y vuelvo a ver al padre, a mi ídolo, tabaco y oro, en los medios, en aquel quite al toro de Paula, cuando la media no es un simulacro sino rebozarte entero en capote y sentimiento, cuando los pases de pecho «marca de la casa», de esa casa, ahí es nada, resultan de esa estética, circulares, eternos, cuando, amigos, se torea así, no hay dudas, no hay más que hablar. ¡Olé, Manzanares, viva la madre que te parió y viva tu padre al que adoro! Aquí tienes uno más, se presenta un partidario para lo que haga falta.

Cuando se matan los toros como mató ayer al tercer Jandilla, chico, qué más se puede pedir. Ser testigo de cómo Manzanares se perfila, con qué convicción, con que seguridad, con qué ganas clava la mirada en el morrillo, de donde ya no la va a quitar, ver cómo la muleta se adelanta sola, casi hasta el hocico del toro, sin dejar de mirar al morrillo, los pies clavados en la arena, pero clavados, clavados, que venga lo que venga y que sea lo que Dios quiera, el toro se arranca, la vista siempre en el morrillo, la espada firme, el brazo firme, el alma firme, el torero clavado en la arena, esperando, recibiendo, y sin mirar cara, ni pitones, ni muleta, ni mano izquierda, ni nada que no sea ese morrillo, todo sale solo, poco menos que como si nada, automático, solo interesa el brazo derecho, firme, la espada que lo prolonga, fuerte, y el morrillo, ese morrillo que viene el solito hacia la espada, los pies clavados, el toro que se arranca y la espada que entra, como si tal cosa, como si todo consistiese solo en mirar ahí, no quitar la vista y estar uno convencido. Chico, cuando uno es testigo de eso, y de lo otro, y de todo lo demás, qué más se puede pedir.

Manzanares, no leerás esto nunca, supongo. Pero, por si acaso, que nunca se sabe, sepas que ayer fui feliz, muy feliz, inmensamente feliz. Que me quitaste veinticinco años de encima, que me regalaste unas horas de aquella juventud soñada, y eso, torero, como dicen los de Mastercard, eso son cosas que no tienen precio.

Ilusionados saludos.

P.C.: No estuvo mal tamporo la cata de ginebras del miercoles en Bodega Montaña, merecería una entrada ella sola, pero hoy no, hoy toca hablar solo del toreo intemporal, de la cintura, la muñeca, la cabeza y los cojones del que ayer, en Castellón, fue el mejor torero del mundo.

P.C.II: La comida, en Rest. Galicia, bien, como siempre, aunque con el servicio desbordado por La Magdalena. Al Galicia mejor ir en cualquier otra fecha del año.