Hola amigos, muy buenas.

Buen fin de semana de entrenamientos que culmina otra semanita muy correcta, cumpliendo prácticamente al 100% los planes del mister, excepción hecha de los cambios de ritmo del miercoles en lugar de los dosmiles. Dos sesiones y media de natación, tres de carrera, tres de bici, unas quince horitas, entre unas cosas y otras, varios momentos de encontrarme fuerte, de sentirme bien, buenas sensaciones generales, che, una buena semana.

Os cuento el finde:

Ayer, sábado, efectivamente, como muy bien suponía yo el viernes cuando escribía el post anterior, me levanté cansadito de la bici fuerte de la víspera y de la noche larga en la falla. Salí dispuesto a simplemente cumplir el trámite, rodar y rodar, sin más pretensiones, tan lento como me fuese pidiendo el cuerpo, las 3h.30´ previstas. Para no tener referencias de tiempos y distancias me dediqué, en la primera parte, a explorar un poco rutas y caminos nuevos. Así me di el lujo de rodar unos kilómetros en solitario por el circuito urbano de Valencia, en construcción. Luego me metí entre arrozales, primero por la carreterita que va de El Saler a Alfafar, luego por unos caminos rurales muy estrechos, con un canal a un lado, el arrozal al otro y los patos cruzándose por delante, muchas aves, mucha vida, un paseo precioso. Al rato volví a mi carretera de siempre y al tran-tran llegué al Mareny de Barraquetes, seguí un poco más y, sin ninguna prisa, acometí el regreso a casa.

Pero, amigos, esa carretera es más peligrosa de lo que yo imaginaba. Pero peligrosa, peligrosa, sin bromas. No por los coches, no, quiero decir, sí, también por los coches, claro, pero eso ya se supone, ya se sabe, no me refiero a eso. La carretera del Perelló es tan peligrosa por los ciclistas que la frecuentan. Por los compañeros, los amigos, quiero decir. Ya os conté hace un par de semanas (al post del domingo 25 de mayo me refiero, a él me remito) la mala vida que me dió, aquel día, volviendo a casa, Rafa Estellés, el Pirata. Pués ayer, sábado, cuando más tranquilo venía yo, pensando en las musarañas, repetición de la jugada. Un ciclista que se pone a mi lado, levanto la mirada, Javi Abel, «Zorol» para sus muchos amigos de la Internet, una máquina de devorar kilómetros, una mala bestia, va como un tiro, está fortísimo. Mis sensores detectan «peligro». Efectivamente, poco a poco, como quien no quiere la cosa, me toca meter el plato grande, que me había jurado que ayer ni se tocaba. Luego un par de piñones menos. Me acoplo, joder, él va igual, tan tranquilo, ni se inmuta, de palique, yo me voy a morir. Otro piñoncito menos. Otra vez las piernas jodidas, como el viernes, así no hay manera. Miro las pulsaciones, que se habían mantenido todo el rato entre 90 y 100, un par de veces, incluso, 88, 89, de repente ya están a 157, y subiendo. Menos mal que el amigo tenía el coche en Pinedo, no sé si hubiese aguantado los cuatro kilómetros que me quedaban a casa a ese ritmo.

Bueno, Javi, como te dije ayer, fue un placer. Sin coñas, un lujo los 20 km. que hicimos juntos. Gracias. Eso sí, a partir de ahora el día que quiera ir despacito saldré de lagarterana, camuflado, disfrazado, no sé, que no me reconozca nadie.

El entreno lo terminé con 30´de impecable carrera a pie, controlando el ritmo sobre 145, sin problemas, muy a gusto acabando en la playa, con un relajante baño.

Resumiendo, 3h.30´+ 30´, muy bien.

Hoy, domingo, primer día del resto de nuestras vidas, he quedado con Paz para hacer cinco horitas. Las hemos hecho, bien, muy bien. Desde el principio rodando a un ritmillo bastante mayor del que suelo llevar yo en las salidas «largas», pero sin ir al límite. Con el plato pequeño, desarrollo cómodo, buena cadencia y muy relajados. De cháchara, hablándo de lo divino y lo humano, cuando nos hemos querido dar cuenta, sin despeinarnos, estábamos ya en la playa de Gandía (61km. desde casa, 2h25´, engañosas, incluyen la salida de Valencia, semáforos, rotondas, tráfico, quiero decir que para ir a 25 de media había que ir todo el rato un poco más rápido) Bueno, es lo mismo, che, que hemos ido cómodos, a gusto, pero sin hacer el manta del todo. Espero que así se entienda un poco mejor.

En Gandía entrenamos un poco la transición bici-bici. Quince minutos. ¿Que qué es eso? Pués eso, un entreno de transición bici-bici. Llegas, te bajas rapidito, sin perder tiempo, entras en la horchatería, pides una líquida, grande, yo, y un zumo de naranja, ella, sales, te sientas en la mesita, te lo tomas en la calle, controlando las bicis, uno entra al baño, luego el otro, te relajas, comentas que te quedarías ahí toda la mañana, pagas y te vuelves a subir a la bici. Con un entreno estás preparando la T1 y la T2 a la vez.

La vuelta, pués más o menos como la ida pero algún rato con el viento de cara y, pasando por Cullera, aflojando un poco el ritmo para explicar a Paz como es el pedaleo en modo «mínimo esfuerzo, tan solo lo indispensable para que la bici no se pare, viviendo de la inercia». Modo muy útil, en un momento dado, que conviene haber entrenado un poco, por si fuese menester  hacer uso del mismo el día del IM.

En contrapartida, por El Saler nos hemos dado el capricho de rodar unos metros fuertecillos, acoplados, a 32, 33, 34 por hora (dice ella, que lleva chisme, yo me limito a fiarme). Al final la vuelta 2h.30´, en total 4h.55´muy gratificantes.

También a ti, Paz, si pasas por aquí, muchas gracias. Ha sido un placer.

 Ilusionados saludos.

 P.S.: En cuanto a «lo otro» la semana se resume en comida y cena del miercoles, cena del viernes y comunión de ayer. Bueno, y lo que nos depare lo que queda de domingo, que nos bajamos ahora mismo a «La Velería», mítico garito en el puerto que de milagro no logró arruinar mi preparación del IM del año pasado, con toda la Copa América en marcha. A punto estuvo.